22 de octubre de 2012

Marchar aquí, marchar allá

¡Ahí te va!


Comparar el sabor de la comida hecha en casa con la comida “de la calle” –ya sean garnachas o finos platos gourmet– , comparar marcas por calidad, cualidad y precio, comparar a las personas y, por supuesto, compararnos a nosotros mismos, me cuentan que es una actividad recurrente en el individuo, es algo que lo caracteriza y lo entretiene. Yo por mi parte lo hago así:

“Al ritmo de los tambores se mueven los cuerpos de todos aquellos que caminan indignados por la situación política, social y económica que día con día va pudriendo al país.  Con cánticos y frases de protesta, los valientes mexicanos que salen a las calles a externar su frustración se ven opacados por los medios de comunicación y por todos aquellos ciudadanos que escudan su apatía con falacias que escupen al mismo tiempo que se las creen”, escribía tecleando hace ya unos meses, tras seguir las protestas hijas de la imposición, el engaño y principalmente la manipulación que aquejan a México.

Los Estados Unidos Mexicanos es una nación que, al igual que todos los países de Latinoamérica, arrastra una historia de luchas infructíferas tejidas por la desigualdad, el abuso y la explotación de sus habitantes y sus tierras.  Pero la historia, además de repetirse, canta el himno de la desdicha para muchos… para todos.

“¡Joder macho, que estábamos mejor con las pesetas!”, alegan los españoles descontentos con la mala suerte que ha llegado, traída por la mala suerte que ha enfermado a su país a lo largo de la historia. Ellos descubrieron América, sí, explotaron sus tierras y con los botines levantaron sus hermosas ciudades y palacios; pero ellos –hoy y siempre– han sido víctimas de otros abusivos que el tiempo también se ha encargado o se encargará de castigar.

Bajo el frío de otoño que comienza a invadir la ciudad de Madrid,  sus calles registran el marchar de los españoles que caminan encolerizados por la situación política, social y económica que día con día va degenerando a su país. Las protestas no cesan, los gritos, los silbatos y los altavoces que expanden frases de descontento por el  espacio ocupado, recrean en mi mente el marchar de los mexicanos.
Marcha contra el recorte al gasto público, 15 de septiembre de 2012, Madrid, España.
Autor Paloma Oseguera

La reciente crisis española no es comparable económica ni socialmente con la vieja crisis mexicana, pero su impacto es mucho mayor. El mexicano ya está acostumbrado a la crisis, mientras que España ha vivido en un sube y baja sin haber logrado aún colocar el acento en el lugar adecuado.

Marchar aquí, marchar allá. Hombres y mujeres andando como un chorrito de agua que, en busca del mar, corre desde donde sea y por donde sea; mexicanos y españoles ocupados en vencer a la corrupción que ha encadenado sus vidas.

Las protestas mexicanas: grandes fiestas que adornan el centro de la ciudad con  música, cánticos, disfraces y vulgares pancartas plagadas de doble sentido e insultos. Las protestas españolas: ordenadas, frías, silenciosas (en comparación) y vulnerables a la violencia; procesiones ambientadas por la furia y el descontento. En España está prohibido manifestarse –según alegan algunos manifestantes tras la reforma realizada al Código Penal en septiembre de este año– y, por el contrario, en México hay plena libertad para hacerlo –tal y como lo dicta la Constitución en  el Artículo 6to.

Dos países en dos continentes. Uno hijo del otro. Ambos desesperados, desgastados y asfixiados ¿Qué será de ellos? ¿Ayudarán las protestas a sanarlos? El tiempo lo dirá, por mientras en tierras americanas y en tierras europeas seguirá rechinando el coro de protesta: “de norte a sur, de este a oeste, la lucha sigue, cueste lo que cueste”.