Comparar el sabor de la comida hecha en casa con la comida
“de la calle” –ya sean garnachas o
finos platos gourmet– , comparar marcas por calidad, cualidad y precio,
comparar a las personas y, por supuesto, compararnos a nosotros mismos, me
cuentan que es una actividad recurrente en el individuo, es algo que lo
caracteriza y lo entretiene. Yo por mi parte lo hago así:
“Al ritmo de los tambores se mueven los cuerpos de todos
aquellos que caminan indignados por la situación política, social y económica
que día con día va pudriendo al país.
Con cánticos y frases de protesta, los valientes mexicanos que salen a
las calles a externar su frustración se ven opacados por los medios de
comunicación y por todos aquellos ciudadanos que escudan su apatía con falacias
que escupen al mismo tiempo que se las creen”, escribía tecleando hace ya unos
meses, tras seguir las protestas hijas de la imposición, el engaño y principalmente
la manipulación que aquejan a México.
Los Estados Unidos Mexicanos es una nación que, al igual
que todos los países de Latinoamérica, arrastra una historia de luchas
infructíferas tejidas por la desigualdad, el abuso y la explotación de sus
habitantes y sus tierras. Pero la
historia, además de repetirse, canta el himno de la desdicha para muchos… para
todos.
“¡Joder macho, que estábamos mejor con las pesetas!”,
alegan los españoles descontentos con la mala suerte que ha llegado, traída por
la mala suerte que ha enfermado a su país a lo largo de la historia. Ellos descubrieron
América, sí, explotaron sus tierras y con los botines levantaron sus hermosas
ciudades y palacios; pero ellos –hoy y siempre– han sido víctimas de otros
abusivos que el tiempo también se ha encargado o se encargará de castigar.
Bajo el frío de otoño que comienza a invadir la ciudad de
Madrid, sus calles registran el marchar
de los españoles que caminan encolerizados por la situación política, social y
económica que día con día va degenerando a su país. Las protestas no cesan, los
gritos, los silbatos y los altavoces que expanden frases de descontento por
el espacio ocupado, recrean en mi mente
el marchar de los mexicanos.
Marcha contra el recorte al gasto público, 15 de septiembre de 2012, Madrid, España. Autor Paloma Oseguera |
La reciente crisis española no es comparable económica ni
socialmente con la vieja crisis mexicana, pero su impacto es mucho mayor. El
mexicano ya está acostumbrado a la crisis, mientras que España ha vivido en un
sube y baja sin haber logrado aún colocar el acento en el lugar adecuado.
Marchar aquí, marchar allá. Hombres y mujeres andando como
un chorrito de agua que, en busca del mar, corre desde donde sea y por donde
sea; mexicanos y españoles ocupados en vencer a la corrupción que ha encadenado
sus vidas.
Las protestas mexicanas: grandes fiestas que adornan el
centro de la ciudad con música,
cánticos, disfraces y vulgares pancartas plagadas de doble sentido e insultos.
Las protestas españolas: ordenadas, frías, silenciosas (en comparación) y vulnerables
a la violencia; procesiones ambientadas por la furia y el descontento. En
España está prohibido manifestarse –según alegan algunos manifestantes tras la
reforma realizada al Código Penal en septiembre de este año– y, por el
contrario, en México hay plena libertad para hacerlo –tal y como lo dicta la Constitución
en el Artículo 6to.
Dos países en dos continentes. Uno hijo del otro. Ambos
desesperados, desgastados y asfixiados ¿Qué será de ellos? ¿Ayudarán las
protestas a sanarlos? El tiempo lo dirá, por mientras en tierras americanas y
en tierras europeas seguirá rechinando el coro de protesta: “de norte a sur, de
este a oeste, la lucha sigue, cueste lo que cueste”.
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