En lo que preparo contenido les dejo una crónica que escribí para mi clase de periodismo. Espero la disfruten!
Jueves 11 de noviembre.- Apenas uno pone un pie sobre el piso blanco y rayado del mercado de Tlalpan, los olores comienzan a penetrar por la nariz. El olor del pollo, la carne roja, las hierbas, las frutas y verduras, las flores y la grasa de la comida que se está preparando, se mezclan y logran brindarle a aquel lugar un olor característico del México de los mercados.
El mercado está dividido en tres secciones: en una de ellas, se venden ingredientes y productos comestibles; en la segunda, el aceite brinca y baila sobre los sartenes y la gente baña en salsa sus flautas, tacos, quesadillas y otras exquisiteces típicas mexicanas llamadas garnachas; y en la tercera se venden productos materiales como escobas, mochilas, juguetes, CD´s, ropa, lentes y diversas chucherías.
Conforme uno recorre los angostos pasillos, quienes atienden los locales realizan su trabajo; algunos de forma servicial preguntan: “¿Que buscaba güerita? ¿En qué le ayudamos? y algunos otros que parecieran estar teniendo un mal día, plantan sobre sus rostros una mirada seria y exclaman: “¿Qué va a llevar?”.
Tras la llegada de los grandes almacenes, la popularidad de los mercados, como éste, se ha visto reducida. Hoy en día la concurrencia ha disminuido, a tal grado que los únicos que peinan los pisos de este lugar son quienes allí trabajan junto con los vecinos más cercanos a dicho perímetro, según relatan quienes trabajan allí.
Los vendedores aseguran que su mejor clientela jamás se para por sus locales, nunca les han visto las caras, lo único que conocen de ellos es su voz ya que las compras las realizan por teléfono. La poca gente que acude al mercado, lo hace para desayunar o comer. En los puestos de comida las personas disfrutan de los sabores; dan un bocado a su taco y comienzan a masticar con la característica rapidez con la que come un mexicano, y enseguida, aún masticando, toman el embace de refresco por la boquilla y sorben Sidral del popote.
Quienes viven de la venta de productos en el mercado pasan largas jornadas allí dentro. Aunque hay quienes abren su local hasta las once de la mañana, como la señora Marta Noriega, quien posee un local de abarrotes; también hay quienes llegan “tempranito, a eso de las siete de la mañana”, tal como lo hace Victorina, una joven de diecinueve años que atiende el local de jugos de su cuñado.
Según Victorina, debido al tiempo que pasan trabajando en el mercado día con día, todos se conocen; además de que muchos son familiares.
Damián Rosas trabaja en uno de los locales de furtas y verduras del mercado. Es fuerte y se muestra muy trabajador; se mueve con velocidad, toma una bolsa, escoge de prisa, pero acertadamente los aguacates según la petición del cliente: “que esten buenos, como para hoy”, los coloca sobre la báscula y le grita a su compañero: “¡Ramón cobrate estos!”. El local no es de su propiedad, lo renta al gobierno por una cantidad, según comenta, razonable y lo atiende junto con sus primos y un amigo que es como su carnal.
Aquellos que antienden sus locales junto con más personas se entretienen platicando los unos con los otros; algunos que se encargan del changarro solos, cuando se aburren chismean con el del local de a lado; y quienes tienen el privilegio de poseer un pequeño televisor, le suben al volumen y no desvian la mirada de la pantalla hasta que se aparece algún cliente.
Día con día el mercado de Tlalpan cobra vida y a pesar de que al paso de los años su funcionamiento y su apariencia han cambiando, no deja de ser un sómbolo que caracteriza parte de la cultura mexicana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario